El ardor de la sangre. Irène Némirovsky


Ya sabía yo que la pluma de Némirovsky no iba a ser fácil de dejar. El estilo: sencillo (para que lo lea cualquiera) y elegante, por poner una palabra muy usada, cuando en realidad quiero decir: tremendo estilo, una se devora las palabras, las oraciones, los párrafos, el libro entero.

Se trata de una "clásica" historia, un "drama rural", de familias, vecinos, amores y traiciones, vejez y juventud. Tan clásica que parecería que podría escribirla cualquiera: pero quién pudiera escribirla así.

Y el título: pocas veces tan apropiado al desarrollo de una novela. Voy por más de esta mujer, cuanto antes.











Irène Némirovsky. El ardor de la sangre. Salamandra, 2007

Resumen de la editorial:
La publicación de esta obra inédita ha vuelto a situar a Irène Némirovsky en el primer plano de la actualidad. Descubierto por sus actuales biógrafos en el IMEC (Institut Mémoires de l’Édition Contemporaine), el manuscrito había permanecido perdido y olvidado entre los papeles de su editor de la época. Novela intimista y conmovedora, El ardor de la sangre constituye todo un hallazgo que confirma a Némirovsky entre los autores europeos más destacados del siglo XX.
Todo ocurre en una tranquila villa de provincias francesa, a principios de los años treinta. Silvio, el narrador, ha dilapidado su fortuna recorriendo mundo. A los sesenta años, sin mujer ni hijos, sólo le queda esperar la muerte mientras se dedica a observar la comedia humana en este rincón de Francia donde, aparentemente, nunca sucede nada. Un día, sin embargo, una muerte trágica quiebra la placidez de esa sociedad cerrada y hierática. A partir de allí, emergen uno tras otro los secretos del pasado, hechos ocultados cuidadosamente que demuestran cómo la pasión juvenil, ese ardor de la sangre, puede trastornar el curso de la vida. Como en el juego de las cajas chinas, las confesiones se suceden hasta llegar a una última y perturbadora revelación.
Con un tono intenso y sosegado, Némirovsky utiliza el espejo sereno y frío de la edad madura para reflejar el impulso fogoso y los excesos de la juventud, en agudo contraste con el sofocante ambiente provinciano de sobreentendidos, sospechas y silencios que la autora describe con esa particular mezcla de lucidez y compasión que caracteriza su obra.

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