Yo soy la persona que encontró a esa mujer en una estación.
Es a mí a quien ella habla, soy su oyente. Como él, debo oírla decirme que siga
escuchándola a pesar de lo crudo de su relato.
Y después de “escuchar” este libro sobre ataduras
emocionales, autodestrucción, hambre, “amor romántico”, cuerpo femenino,
superioridades morales, en fin, sobre la condición de la mujer en los años 40
del siglo pasado, no puedo dejar de preguntarme cuánto de todo eso persiste
hoy. Mucho, respondo.
Después de leer Nada
crece a la luz de la luna, no debería haber ser en el mundo que se atreva a
impugnar la decisión de una mujer sobre su propio cuerpo.
De lo mejor leído en lo que va de este año.
Torborg Nedreaas. Nada crece a la luz de la luna. Errata Naturae, 2016
Resumen de la editorial:
Esta fascinante novela comienza de un modo tan sugerente
como misterioso: en la estación de tren de una gran ciudad, un paseante
descubre a una mujer que deambula solitaria ya de noche. La mujer sigue al
hombre hasta su casa, y allí le ofrece o su cuerpo o su historia, como en los
cuentos del lejano Oriente. El hombre elige conocer la vida de la mujer. A lo
largo de una noche sabremos quién fue ella, cuáles fueron sus deseos y sus
esperanzas, cuál fue su amor tormentoso y clandestino. Café, cigarrillos, alcohol,
los ruidos de la noche, un tranvía que frena al final de la calle, son los
elementos que se acompasan con el relato. Pasan las horas, y la voz de la mujer
entrega su íntimo caudal de recuerdos, liberando así un apasionante relato que
llevaba demasiado tiempo escondido.
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