Diario de lectora 2016: Mujeres

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Este año, mal año para mí y para muchas personas de mi entorno, y para mi país también, estuvo atravesado como nunca por el feminismo. Si bien en la cantidad total de libros leídos, los escritos por mujeres no son la mayoría, sí son lo que más me han impactado.



Si alguien (¿?) me pidiera hacer un top five de mis libros del año, este sería:

Todo lo leído de Elena Ferrante, que es casi, casi todo
Todas las de Natalia Ginzburg
Lucía Berlín y su Manual para mujeres de la limpieza
Mariana Enríquez con Las cosas que perdimos en el fuego
Hanya Yanagihara con Tan poca vida
Este es el top five, solo si alguien me lo pidiera. Pero como nadie lo hizo, aquí van, por orden alfabético, mis lecturas de mujeres de este año. No me arrepiento de ninguna. Todas me enseñaron algo, me ayudaron a relacionar un recuerdo de un pasado profundo, me convocaron a pensar mi propia historia y la que subyace en este presente. Mujeres. 


Alicia Barberis, con Pozo ciego.
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Ana María Shua, con su potente Hija y la interesante Todo sobre las mujeres.
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Clarice Lispector, con La pasión según GH, que me llevó a comprar sus Cuentos escogidos.
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Colette, con Dúo. Tengo pendiente Mujeres.
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Cristina Fallaras, con No acaba la noche.
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Doris Lessing, con el impresionante El cuaderno dorado.
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Elena Ferrante, de lo mejor leído este año. Toda la tetralogía Dos amigas y dos de las novelas incluidas en Crónicas del desamor: El amor molesto y Los días del abandono. Me queda sólo una. Acá, una nota que escribí para Cultura Caníbal sobre Ferrante.
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Elizabeth Strout, con Me llamo Lucy Barton.
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Gabriela Cerrutti, con El Pibe, para deprimirme aún más con el presidente que tengo.
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Gioconda Belli, con La mujer habitada. Un par pendientes.
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Hanya Yanagihara, con la monumental Tan poca vida. Acá, uno de mis escritores favoritos explica por qué me gustó tanto…
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Laura Restrepo, con Pecado.
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Lauren Groff, por En manos de las furias.
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Lucia Berlin, por su Manual para mujeres de la limpieza, elegido en una de las tantas listas como el mejor libro del año.
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Margaret Atwood, por La mujer comestible.
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Marguerite Duras, por El amante.
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María Moreno, por Subrayados. Leer hasta que la muerte nos separe. Me espera Black Out.
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Mariana Enriquez, con sus cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego, impresionantes todos y cada uno.
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Mariana Moyano, con un ejercicio de memoria reciente en Sintonía fina.
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Mercedes Rosende, con el delicioso policial Mujer equivocada.
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Natalia Ginzburg, con Querido Miguel, Todos nuestros ayeres y Y eso fue lo que pasó. Lamentablemente, sólo me queda Léxico familiar.
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Pilar Adon, con Las efímeras.
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Rosa Montero, con La carne.
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Samanta Schweblin, con Pájaros en la boca y Siete casas vacías. Raro que haya leído dos libros de cuentos de una misma autora. Será que lo valen…
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Sandra Russo, con Lo femenino, una lectura para aprender.
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Sara Gallardo, con Enero. Pendiente: Eisejuaz.
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Sara Mesa, con Cicatriz.
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Simone de Beauvoir, gran relectura de La mujer rota. Ojalá me haga el espacio para releer El segundo sexo, Los mandarines y otras…
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Svetlana Alexievich, con La guerra no tiene rostro de mujer. Impresionante. Pendiente, Últimos testigos.
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Tununa Mercado, con Yo nunca te prometí la eternidad.
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Virgina Woolf, con un libro de tremenda actualidad, Un cuarto propio.
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Otras lecturas:
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No leer, de Alejandro Zambra, fuente de nuevas lecturas.
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Varias de Jussi Adler-Olsen.
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Las lecturas nuevas y las relecturas de Ricardo Piglia.

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Relecturas más importantes: Bolaño, Saer.



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Una forma más real que la del mundo. Juan José Saer


Termino el año como lo empecé, leyendo a Saer, objeto de varias relecturas en este tiempo.

Hay en este libro una recopilación de entrevistas hecha por Martín Prieto, que fueron realizadas entre 1966 y las semanas previas a su muerte en 2005.

Me encontré con, al menos, dos tipos de sensaciones en esta lectura. Una primera, de ajenidad en algunas de las entrevistas: allí se habla de teorías literarias que a mí no me dicen nada, pero que al mundo de los escritores, evidentemente sí. Me pregunté, entonces, si no seré una "lectora ingenua", esa tipología que el propio Saer señala en uno de los párrafos que comparto más abajo. Bueno, sí, ¿y qué?

Luego encontré otras entrevistas que me resultaron más cercanas: las que hablan de mi ciudad, de la vida y las lecturas de un tipo que pisó estas calles, y ahí está otra vez Saer diciendo: "¿cómo podríamos leer a un escritor que nos guste si no nos encontráramos a nosotros mismos?"

Algunas de las entrevistas que más me gustaron estuvieron hechas por otros escritores que, claro, forman parte de mi vida, por ejemplo Alan Pauls y el queridísimo Mempo.

Después están las opiniones políticas de Saer, en las que no coincido mucho, sobre todo en su antipopulismo rabioso. Pero sin embargo, tiene mucha lucidez en otras, por ejemplo en el tema de crímenes de lesa humanidad. Igual, yo banco al Saer escritor, y punto.










Juan José Saer. Una forma más real que la del mundo. Conversaciones compiladas por Martín Prieto. Mansalva, 2016
Resumen de la editorial:
La publicación, a principios de los años 90, casi en continuado, de El río sin orillas, Lo imborrable yLa pesquisa y la reedición, a partir de entonces, de toda su obra –que ya sumaba una extensa decena de títulos– en una de las mayores editoriales de la Argentina promovió una inusitada presencia de Juan José Saer en los medios gráficos: anticipos de sus nuevos libros, anticipos de los viejos libros agotados o descatalogados, reseñas y entrevistas. Muchísimas entrevistas. El adorniano Saer, aquel que parecía haber hecho propia la figura de Witold Gombrowicz –“el escritor no es nada, nadie”– se somete, en Una forma más real que la del mundo, a las exigencias de la industria cultural.
Los entrevistadores quieren saber. Y puestos a saber, quieren saber todo. Desde el argumento de Nadie nada nunca hasta si Saer “se considera un hombre feliz”. Sin embargo, toda la parafernalia de la intimidad del autor queda resguardada detrás de una potente figura que va siempre detrás de su obra. Y lo personal, lo íntimo, queda reducido a lo que los cronistas “ven” antes de que empiece la conversación. Si está descalzo. Si tiene puestas unas sandalias franciscanas. Si los zapatos parecen viejos. Si la camisa está entreabierta. Si tiene puesta la misma ropa que “ayer”. Si toma whisky. Si toma agua. Si fuma mucho. Si está en su casa, en París. O en la casa de unos amigos (en Buenos Aires, o en Colastiné). O en un bar. O en un hotel. O en un auto. Inmediatamente después de esa impresión de superficie, que es todo lo que Saer “deja ver” a sus interlocutores de ese otro que también es él, se pone a hablar.

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