El cuaderno dorado. Doris Lessing
Hace mucho tiempo que un libro no me costaba tanto trabajo. Y
no es una crítica, todo lo contrario, es un halago, porque si bien la gran
mayoría de los libros que comparto en el blog me gustaron, no recuerdo ninguno
reciente que me haya obligado a tener que parar para respirar un poco.
El cuaderno dorado
es un libro, desde su prólogo, de un espesor, de una consistencia que exige que
una se pregunte, por ejemplo, ¿cómo se recordará a mi generación? ¿cómo nos
recordaremos cuando seamos viejas, cómo recordaremos nuestros sueños y nuestras
militancias? ¿cómo se nos recordará a nosotras y a nuestras militancias más
allá de los libros de historia o de la historia contada por las corporaciones? Estas
preguntas alrededor de la política (y de lo personal).
Pero además hay tantas preguntas más, y sobre todo hay
muchas interpelaciones en un libro publicado en 1962 y que transcurre en los
años 50. Yo me sentí interpelada, sentí interpeladas a mi madre, a mis abuelas,
a mi hermana y a las mujeres que serán mis sobrinas.
Si Doris Lessing estuviera viva, ¿qué diría de cómo yo leí
su libro? Me quedo con uno de los párrafos finales de su hermoso prólogo de
1971:
… no solamente resulta infantil que un escritor persiga que los lectores vean lo que él ve, y que entiendan la estructura y la intención de una novela como él las ve. Que el autor desee esto demuestra que no ha entendido el punto más fundamental: a saber, que el libro está vivo y es poderoso, fructificador y capaz de promover el pensamiento y la discusión solamente cuando su forma, intencionalidad y plan no se comprenden, debido a que el momento de captar la forma, la intencionalidad y el plan coincide con el momento en que no queda ya nada por extraer.
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