El muchacho peronista. Marcelo Figueras
Y en esta novela, matan a Perón a fines de los años 30. Y dice el autor, por acá,
que, ingenuamente, buscaba conjurar el dolor de la dictadura. Sin Perón no habría
existido peronismo; sin peronismo la masacre de los 70 y así. Sí, ingenuo.
Porque por acá,
veintipico de años después, a Figueras le preguntan cómo hubiera sido Roberto
Arlt de haber conocido al peronismo. Y tuvo una respuesta casi perfecta:
Puesto a conjeturar, ojo, de un modo lúdico, antes que hipotético o con pretensiones de seriedad, imagino que, en un primer momento, Arlt se habría sentido desconcertado ante el peronismo. ¿Qué habría sido de Silvio Astier y de Remo Erdosain de haber salido al mundo no en la Década Infame, sino durante la Década Fasta gobernada por el Pocho? ¿Adónde habría ido a parar su angustia, la indignidad de humillarse en el trabajo para pucherear, el resentimiento que inflamaba sus planes de venganza contra el sistema? Hace poco escuché a Daniel Santoro desarrollar una teoría según la cual el peronismo simbolizaba el goce. Me pareció genial. Más allá de lo que pregona la marchita, el peronismo no pretendió nunca acabar con el capital, sino más bien redistribuirlo sin dogmatismos, para que todo el mundo pueda gozar al menos un poco. Nada del otro mundo: vacaciones anuales, un asadito de vez en cuando, una jubilación decente. Claro, al lado de la avidez del capital, que es incapaz de redistribuir un peso aun con las hordas afilando la guillotina, el peronismo pareció siempre revolucionario. Pero debe haber pocas cosas menos afines al peronismo que la disciplina revolucionaria. El pueblo peronista no quiere sufrir: quiere pasarla bien, nomás. Cuando se lo gana por sus propios méritos, goza. Cuando vuelven los gendarmes del poder, apechuga y sopla desde donde esté, para apurar el cambio de los vientos. Pero no está peleado con la idea de la guita, ni tampoco la diviniza: la usa, que para eso está. Por eso no habría visto con malos ojos los planes de Arlt de volverse rico mediante sus inventos. Arlt mismo se habría aflojado con el correr de los años, desanudado el ceño y disfrutado del peronismo aquel. Y su escritura también se habría aligerado, virando hacia el lado de la picaresca que tanto disfrutaba de chico. ¡Tarde o temprano debía darse cuenta de que Perón era un personaje arltiano!
Más allá de las ucronías, de los deseos de lectura del autor,
es una linda novela, donde se nota a Arlt, se nota a Piglia
también. Tremendo leer, otra vez, sobre la Zwi Migdal.
En fin. Un libro que leí hace 20 años y que releo desde un
lugar totalmente diferente, ahora que se reedita.
Marcelo Figueras. El muchacho peronista. Planeta, 1992
Resumen de la editorial
En el primer día del año 1938 Roberto Hilaire Calabert trepa a un tren de carga y huye de su casa. Tiene trece años una insaciable curiosidad por todo lo humano y un don que todavía no conoce: la capacidad de "ver" en otras personas el pasado más secreto que esconden. En su aventura enloquecida se topará con Tardewski un tratante de blancas polaco que lo iniciará en el crimen tendrá un fugaz y definitorio encuentro en un prostíbulo con el coronel Perón se apropiará de un documento altamente comprometedor para el gobierno nacional y asistirá a un aquelarre de sangre y fuego junto a Potota la primera mujer de Perón. Relato iniciático novela pornográfica o historia de intrigas políticas El muchacho peronista hilvana en forma magnífica las andanzas de una virulenta semana en la vida del niño Calabert y su involuntario protagonismo en un mundo que sólo quería conocer de cerca. Marcelo Figueras ha concebido un libro a la manera de las viejas novelas de aventuras las que nunca envejecen las que testimonian un viraje feroz en la vida del héroe y reflejan así los anhelos secretos que hay en todo lector.
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