Contramarcha. María Moreno
María Moreno es mi escritora de no ficción favorita. Soy su fan.
En Contramarcha María Moreno hace un recorrido sobre su familia y lo que los libros y la literatura tenían como capital simbólico, de ascenso social en su infancia y adolescencia, en los años 50 y 60 y como les opuso resistencia en su momento; nos habla de su miedo escénico a hablar en público, a leer en voz alta en la escuela primero y luego en cualquier escenario. Hay un capítulo muy hermoso en el que habla de su lectura de los libros de Simone de Beauvoir, especialmente El segundo sexo, o la novela Los mandarines. Y finalmente cuando una persona le empieza a recomendar lecturas y ella dice que le daba de leer "como quien mete miga de pan en el pico de un pichón". Y entonces dice: Comencé a leer, comencé a vivir.
Finaliza el libro con una reflexión hermosa, que ya nos había dejado en Subrayados:
“Me gustaría morir leyendo, nadie escuche en esta declaración la construcción pedante para una mitología intelectual, ya que podría leer cualquier cosa. No desearía a mi lado la vigilancia ansiosa de parientes y amigos sino unas últimas líneas que me transportaran como siempre, más allá, a las vidas que no son las mías, a palabras escritas por quienes quizás han muerto hace años, puede ser una vulgar lista de catálogo, más fácilmente un prospecto: que la muerte me alcance en el momento en que el sentido se me escapa y no sepa si sueño que leo y eso es morir, o si ya olvidé mi lengua y lo ignoro, irme como cuando no se recuerda por qué copa se va o qué saque, como en una sobredosis”.
Sinopsis de la editorial:
María Cristina Forero/María Moreno. En el principio fue el nombre, el barrio de Once, el conventillo repleto de historias, la voz proliferante de la abuela analfabeta y de la madre ansiosa que enseña a estudiar para el diez. En ese pasado hay tangos, radioteatros, libros prohibidos, maestras que maltratan, corazones vencidos. Hay una niña freak y proletaria que conoce bien las tretas para evitar el terror de leer en público. Así la autora persigue los traumas, alumbra las peripecias de un cuerpo en sus marchas y desvíos por el camino de las redacciones, la política y el feminismo. Hasta encontrar la propia voz, hasta dejar caer todas las máscaras que encubren los nombres.
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