Canto yo y la montaña baila. Irene Solà
Vivos, muertos, animales y otros elementos de la naturaleza como nubes son parte de las dieciocho voces que protagonizan este libro. A priori, no es el tipo de literatura que me atrapa, soy tirando a convencional, digamos. Esta novela exige un esfuerzo de las lectoras como yo y no niego que esta misma historia de mujeres y hombres, de guerra y supervivencia, tal vez me hubiera gustado más narrada de manera tradicional.
Y sin embargo: hay belleza en cada una de las páginas, incluso en las más violentas y la certeza de que sin nosotres la vida seguirá.
Sinopsis de la editorial
Primero llegan la tormenta y el rayo y la muerte de Domènec, el campesino poeta. Luego, Dolceta, que no puede parar de reír mientras cuenta las historias de las cuatro mujeres a las que colgaron por brujas. Sió, que tiene que criar sola a Mia e Hilari ahí arriba en Matavaques. Y las trompetas de los muertos, que, con su sombrero negro y apetitoso, anuncian la inmutabilidad del ciclo de la vida.
Canto yo y la montaña baila es una novela en la que toman la palabra mujeres y hombres, fantasmas y mujeres de agua, nubes y setas, perros y corzos que habitan entre Camprodon y Prats de Molló, en los Pirineos. Una zona de alta montaña y de frontera que, más allá de la leyenda, conserva la memoria de siglos de lucha por la supervivencia, de persecuciones guiadas por la ignorancia y el fanatismo, de guerras fratricidas, pero que encarna también una belleza a la que no le hacen falta muchos adjetivos. Un terreno fértil para liberar la imaginación y el pensamiento, las ganas de hablar y de contar historias. Un lugar, quizás, para empezar de nuevo y encontrar cierta redención.
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